Cameron busca el espacio laborista con un discurso muy social

David Cameron , de 48 años, clausuró ayer el congreso conservador en Manchester y quiso demostrar que no es un pato cojo, un mandatario de salida que ya escucha el ruido de sables sucesorio de Osborne, Boris y Theresa May. Cómodo, casi eufórico tras su inesperada victoria de mayo, optó por un discurso de rotundo poso ideológico. Recuperó la etiqueta de conservador compasivo con la que llegó al poder en 2010 y con una alocución muy social buscó claramente el espacio del centro que ha dejado libre el laborismo escorado a la izquierda de Jeremy Corbyn .

«Los valores británicos son libertad, democracia e igualdad», proclamó, y hasta dejó un poco descolocado a más de un patricio de primera fila al denunciar con gran contundencia que las clases altas siguen taponando el ascenso social en Gran Bretaña.

El primer ministro recordó a las claras que el Reino Unido tiene «la menor movilidad social del mundo desarrollado» y reconoció que «aquí el salario que ganas está más ligado a lo que ganaba tu padre que en cualquier otro país y nosotros, los conservadores, el partido de la gente, no podemos aceptar eso». Una declaración valiente, viniendo de un político que claramente se ha beneficiado de ese sistema de clase. A Cameron se le suele echar en cara su buena cuna, hijo de un potentado agente de bolsa y con el preceptivo paso por Eton y Oxford , y casado con una mujer todavía más rica que él, la atractiva Samantha Gwendoline Sheffield, ataviada ayer con un llamativo vestido rojo.

Cameron llegó a contar la historia de una chica negra que tuvo que cambiar su nombre en su currículo y poner Elizabeth porque nadie la llamaba. «A veces mandas tu currículo a todas partes y solo recibes rechazo tras rechazo ¿Qué falla? No es el expediente académico ni la experiencia, son las dos palabras de arriba: nombre y apellido».

Su discurso arrancó con una declaración patriótica: «Amo a Gran Bretaña. Nuestra historia, lo que hemos dado al mundo, como nos levantamos siempre otra vez, nuestro carácter nuestra decencia y nuestro sentido del humor. Amo a cada parte de este país, Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda». Pero pronto se centró en el capítulo social, prometiendo un «asalto a la pobreza» en los próximos cinco años. Gustándose, pensando ya casi en su epitafio, llegó a decir que «en un futuro, cuando se recuerde esta época, se hablará de ella como el momento en que la marea cambió y la gente sintió que la corriente trabajaba a su favor, y no en su contra».

Los «tories» saben que Jeremy Corbyn, con su izquierdismo radical que casa mal con el sentido común inglés, es una bicoca, por eso inciden una y otra vez en que ellos son «el partido de los trabajadores». Cameron criticó al líder socialista con extrema dureza. Recordó que en su día lamentó que Estados Unidos hubiese matado a Bin Laden y lo acusó de tener como ideología «el odio a Gran Bretaña». Para ocupar el espacio laborista prometió 200.000 nuevas viviendas a bajo precio para menores de 40 años.

El espíritu del conservadurismo moderno que pretende construir quedó claro cuando al elogiar a quienes lucharon y a veces murieron por defender la libertad incluyó junto a los soldados de las dos Guerras Mundiales a los militantes de «las campañas sufragistas y del orgullo gay».

Sobre el debate Europeo pasó de puntillas, solo prometiendo luchar duro por la reforma que busca. En el morbillo del debate sucesorio, el auditorio rompió en aplausos cuando elogió a Boris Johnson . Aunque no es ningún secreto que su auténtico favorito es su íntimo amigo George Osborne, el ministro de Hacienda, al que llamó «nuestro canciller de hierro» (sin tanto eco en el aplausómetro). Cameron reparte elogios, porque si surge ya un heredero claro podría ponerse en marcha el efecto «pato cojo» y mermar su autoridad.