Semana Santa 2014: De Judas a Pilato, o quién fue quién en la Pasión de Cristo
El beso de Judas, de Caravaggio

Semana Santa 2014: De Judas a Pilato, o quién fue quién en la Pasión de Cristo

Cada uno de ellos cumplió un papel fundamental en la condena y sufrimiento de Jesús y por ello han pasado a la Historia

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Cada uno de ellos cumplió un papel fundamental en la condena y sufrimiento de Jesús y por ello han pasado a la Historia

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  1. Judas Iscariote

    El beso de Judas, de Caravaggio
    El beso de Judas, de Caravaggio

    Las referencias a su beso se han convertido en sinónimo de traición: cuando Judas Iscariote, uno de los doce apóstoles, se acercó a Jesús en el huerto de Getsemaní, había treinta monedas de plata a sumar a su bolsillo y una turba armada con palos dispuesta a apresar a ese autoproclamado Mesías. Este episodio es el más conocido de la historia de Judas por la simple razón de que en todo el Nuevo Testamento es mencionado tan sólo 22 veces: tres en Marcos, cinco en Mateo, seis en Lucas-Hechos y ocho en Juan. Algo que, para el sacerdote católico y académico experto en exégesis bíblica Raymond Edward Brown sólo podía significar una cosa: que era un personaje «intensamente dramático».

    Era uno de los doce, pero ninguno de los evangelios dice cuándo ni cómo se unió y, aparte de la traición, tampoco hay mayores referencias. Según San Juan, eso sí, era el tesorero de los primeros apóstoles y ya desde entonces, según relata, no hacía gala de una gran honestidad. «Era ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero común, robaba de lo que echaban en ella», asegura en el pasaje que relata la unción en Betania.

    Y tras el episodio de Betania, sigue el relato de la traición. «Entonces uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes y les dijo: “¿Qué me dais si os lo entrego?” Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando ocasión para entregarlo», cuenta San Mateo.

    No obstante, tampoco se sabe cuándo se comenzó a gestar en Judas la idea de la traición, ni tampoco el motivo, pese a que la teoría más extendida es la de la avaricia. Esta idea llega de los dos episodios mencionados, pero Lucas, por ejemplo, relata la escena en la que Judas se acerca a las autoridades judías haciendo referencia a que «entonces Satanás entró en Judas llamado Iscariote», mientras Juan, por su parte, antes de la última cena dice que «el diablo ya había puesto en el corazón de Judas, hijo de Simón, llamado Iscariote, la idea de entregar a Jesús», para después asegurar que «después del bocado, entró Satanás en ese hombre». Estas frases, entre otras, son importantes para destacar que, pese a la idea más extendida de este personaje, quizá sólo fue un instrumento del diablo, como reseña Brown en «La Muerte del Mesías».

    Tan poco claros están los motivos de Iscariote a la vista de la escasez de información en el Nuevo Testamento, que los estudiosos han elaborado todo tipo de teorías: desde la que apunta a que el traidor en realidad seguía creyendo en su Maestro pero, impaciente, quiso entregarle para forzar a Jesús a mostrar su poder y hacer llegar el reino de Dios; hasta la que afirma todo lo contrario, que Judas había perdido la fe y se sentía en el deber religioso de entregar al falso profeta.

    Sobre lo que le ocurrió después de entregar a Jesús y ver su destino, una vez más, tampoco hay una misma versión. Solo se sabe que murió repentinamente. «Se decía que él acabó a) ahorcándose (Mateo), b) reventando por medio (Lucas), c) hinchándose y siendo aplastado por un carro (Papías, forma breve), d) muriendo de una repugnante enfermedad que afectó a todos sus órganos (Papías, forma extensa)», resume Brown. Sin embargo, en su opinión, ninguna cuenta con credibilidad histórica.

  2. Pedro

    La negación de San Pedro, de Caravaggio
    La negación de San Pedro, de Caravaggio

    Pedro fue el primer Papa de la Iglesia, pero también fue el apóstol que negó hasta tres veces a Jesús. «Antes que el gallo cante dos veces, me has de negar tres», le había dicho. Y así fue. Sentado en el patio de la casa del sacerdote Caifás, una primera criada se le acercó para preguntarle, pero Pedro negó que conociera a Jesús. Volvió a ocurrir lo mismo con otra criada. El gallo cantó una vez. «Algunas personas que habían observado su agitación se pusieron a hablarle de Jesús en términos injuriosos. Una de ellas le dijo: "Tú eres uno de sus partidarios; tú eres Galileo; tu acento te hace conocer". Pedro procuraba retirarse; pero un hermano de Maleo, acercándose a él le dijo: "¿No eres tú el que yo he visto con ellos en el jardín de las Olivas, y que ha cortado la oreja de mi hermano?". Pedro, en su ansiedad, perdió casi el uso de la razón: se puso a jurar que no conocía a ese hombre, y corrió fuera del vestíbulo al patio interior. Entonces el gallo cantó por segunda vez, y Jesús, conducido a la prisión por medio del patio, se volvió a mirarle con dolor y compasión», resumía la beata Ana Catalina Emmerich en «La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo».

    Pero se arrepintió. En ese momento, «saliendo fuera, lloró amargamente», dice el evangelio de San Lucas. «Sintió cuán enorme era su culpa, y su corazón se partió. Había negado a su Maestro cuando estaba cubierto de ultrajes, entregado a jueces inicuos, paciente y silencioso en medio de los tormentos», escribió Emmerich. «Ya no temía que le interpelaran: ahora hubiera dicho a todo el mundo quién y cuán culpable».

    Pedro, según lo caracterizan los evangelios, era una persona impetuosa, que confiaba más en sí mismo que lo que debía y que «alardeaba delante de todos de que se dejaría encarcelar y hasta sería capaz de morir antes de abandonar al Maestro», explica Luis de Palma en el libro «La Pasión de Cristo». Lejos de ver un error en ello, muchos expertos señalan que el hecho de que la roca de la Iglesia flaqueara tiene un motivo: «Podemos aprender con esto que nadie debe confiar presuntuosamente en sí mismo» o que «nadie debe desconfiar de Dios, por perdido que esté, pues Pedro habiendo cometido un pecado tan grande, volvió a la primera amistad gracias a sus lágrimas y su penitencia y al amor de Dios», dice de Palma

  3. Anás

    Cuadro «Jesús en casa de Anás», de José de Madrazo
    Cuadro «Jesús en casa de Anás», de José de Madrazo

    Anás, junto con Caifás —ambos sacerdotes del Sanedrín— son considerados los responsables de haber enviado a la muerte a Jesús, aunque en el momento de la Pasión, Anás no era sumo sacerdote, ya que el puesto había sido ocupado por su sobrino Caifás. Sin embargo, su edad y el respeto de la comunidad judía le convertían casi en sumo sacerdote de facto.

    Jesús, tras ser apresado en el huerto de los olivos, fue llevado a casa de Anás: según la tradición, no se podía iniciar ningún juicio por la noche y allí harían tiempo hasta llevarlo ante su sobrino. Según relata San Juan, en casa de Anás se sometió a Jesús a un intenso interrogatorio: los sacerdotes querían que se juzgara a Jesús bajo dos acusaciones. La primera, por la que pudiera ser juzgado bajo sus autoridades eclesiásticas y que se sustentaría en la blasfemia. La segunda, la que llevara a Jesús ante los tribunales romanos por sedición. Sólo de esta forma podrían condenarle a ojos del pueblo judío y, sobre todo, bajo pena de muerte —un poder que sólo tenían las autoridades romanas—. Precisamente durante este primer interrogatorio, Anás fue quien intentó hallar un testimonio que condenara al Maestro ante los tribunales civiles, aunque sin suerte. Finalmente, prefirió deshacerse de aquel hombre que aseguraba ser el Mesías para mandárselo atado a su sobrino.

  4. Caifás

    El paso «Nuestro Señor ante Caifás»
    El paso «Nuestro Señor ante Caifás» - MILLAN HERCE

    Tanto Anás como Caifás y el resto del Sanedrín ya habían decidido que querían condenar a muerte a Jesús. El propio Caifás había asegurado en una reunión previa al juicio que «conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación». En realidad, Caifás era «un hábil político al que interesaba, ante todo, mantener el difícil equilibrio con el procurador romano y no poner en peligro su propia posición», escribe José Antonio Sayés en el libro «Señor y Cristo: curso de Cristología». De hecho, han trascendido a la historia las buenas relaciones que Caifás trataba de mantener con la administración romana. Según recogía el historiador Flavio Josefo en sus escritos, Caifás ni siquiera se quejó cuando Pilato arremetió contra la identidad religiosa de los judíos.

    Como consecuencia, en casa de Caifás prepararon un juicio al que llevaron falsos testigos. Pero la acusación no prosperaba. Y, urgido por el deseo de condenarle, Caifás finalmente le hizo la famosa pregunta: «Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios». «Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo», respondió Jesús. Y con ello, ya tenían suficiente para condenarle. «Qué necesidad tenemos de testigos? ¡Ha blasfemado!». Con esta respuesta, además, podían llevarle ante el gobernador Poncio Pilato.

  5. Poncio Pilato

    Cuadro «Jesús delante de Pilato»
    Cuadro «Jesús delante de Pilato»

    Era el gobernador de Judea. Un hombre «de carácter inflexible y duro, sin ninguna consideración», escribió de él Filón de Alejandría, filósofo judío contemporáneo a Pilato, quien le describe como un hombre orgulloso, testarudo y cruel. Su gobierno se caracterizaba por su «corruptibilidad, robos, violencias, ofensas, brutalidades, condenas continuas sin proceso previo, y una crueldad sin límites», dice, y, además, su política había sido especialmente provocativa con los judíos.

    Sin embargo, cuando llevaron ante él a Jesús con el ánimo de que le condenara a muerte, no lo encontró culpable, según el relato bíblico. Por eso, lo envía a Herodes, alegando un conflicto jurisdiccional al ser Jesús de Galilea. Pero Herodes también se lo devuelve, aunque después de tomarle por loco, de mandar vestirle con ricos ropajes para burlarse de su realeza mesiánica y de permitir que sus soldados le sometieran a desprecios. Fue entonces cuando Pilato se declara incompetente para juzgar delitos religiosos, pero los sacerdotes judíos cambian su acusación de blasfemia a sedición. Según el relato bíblico, Pilato, recordando que en Pascua se perdonaba a un reo, ofrece que sea el pueblo el que elija entre Barrabás y Jesús. «Mas toda la multitud dio voces a una, diciendo: Fuera con éste, y ¡suéltanos a Barrabás!», cuenta San Lucas, aunque los historiadores no están seguros de que en efecto existiera esa tradición.

    Pilato acabó lavándose las manos —con la famosa frase «no soy responsable por la sangre de este hombre»—, mandando a la crucifixión a Jesús y escribiendo un letrero para ponerlo en la cruz «Jesús el Nazareno, Rey de los judíos». Algo que no gustó a los sacerdotes, que incluso le pidieron que lo cambiara. Pero Pilato simplemente respondió: «Lo que he escrito, escrito está».

    Después de aquello, parece que la trayectoria de Pilato no fue excesivamente buena. Otras decisiones que habían hecho correr la sangre provocaron que le llamaran a Roma para dar explicaciones. Según el historiador Eusebio, cayó en desgracia bajo el imperio de Calígula y acabó suicidándose. Aunque también es cierto que circulan todo tipo de historias sobre su final: unas hablan de una muerte horrible en Francia —a donde fue desterrado— y otras aseguran que se convirtió al cristianismo junto con su mujer Prócula, a quien se venera como santa en la Iglesia Ortodoxa por su defensa de Jesús.

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